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LA MUJER DE ROJO

Primer Amor



El otro día me crucé con A.

Tan igual a siempre que hasta me pareció que el tiempo no había pasado. Sin embargo, nos separaban seis largo años en los cuales muchas cosas nos habían sucedido. Nuevos amores, nuevas historias, nuevas vivencias. Un sin fin de cosas cargadas en la mochila de la vida. Pero algo seguía estático, inmutable, obvio. Juntos, habíamos conocido la magia e inocencia del primer amor.

Amor de secundaria, amor de faltas al colegio, amor de llegadas tarde, amor de "te llevo la carpeta" , amor de graffiti, amor de canción adolescente, amor soñado, utopico, indoloro...
Amor de besos con sabor a chocolate, amor dulce, amor todopoderoso, amor interminable, amor con cartas y esquelitas... Amor lejano, simple, sincero... finito.

Nuestras miradas se cruzaron. Dos sonrisas se dibujaron espontaneamente. Sus ojos negros, aún de niño travieso, reposaron inconcientes en una panza de cinco meses. En mi mano derecha llevaba la ecografía de Eluney. Él, en cambio, continuaba llevando su eterna carpeta de secundaria, sus eternas zapatillas de lona blanca, su eterna sonrisa de seducción, esa que ahora ya no funcionaba como antes. El tiempo había hecho su trabajo.

- Hola
- Hola- la timidez se instaló en mi, como la barrera que de alguna manera debía poner. Las palabras fueron las justas, las miradas contadas, las sonrisas... sólo las necesarias.
- ¿Cómo estás? Tanto tiempo... -se acercó para saludarme. Definitivamente había pasado mucho tiempo. La ultima vez que nos habíamos visto fué el 2001, en la puerta de un boliche. Fue nuestro beso de despedida, beso con sabor a cerveza y cigarrillo. Beso que todavía sabía a rebeldía, a adolescencia.

En definitiva, las cosas no habían cambiado tanto. No al menos en su vida. A seguía siendo el mismo chico despreocupado, lindo y seductor. Como hace ocho años... seguía teniendo la misma carpeta de escuela, las mismas zapatillas de lona blanca, el mismo jeans gastado y asistiendo al mismo colegio. Siempre en el eterno primer año y seguramente continuaría sentandose en el mismo banco, con los mismos graffities y las mismas inscripciones.

También, como hace ocho años, seguía usando la misma perpetua arma de seducción... pero su sonrisa de angel se desvaneció con el tiempo. Él era el mismo, pero yo había cambiado.

1 comentario

Mandrágora -

Me ha gustado mucho. Una mirada al pasado a través de los ojos del primer a mor. Siempre nos parece que los únicos que cambiamos somos nosotros, que los demás se quedan estancados en el momento en que nos despedimos. Es un intento de querer creer que las cosas siguen como las dejamos, que es imposible que cambiem porque sino parece que el pasado cambiaría también.